La señora Dona Rice y sus dos hijos, Jordan y Blake, regresaban a casa después de un día de compras. Llovía, eran conscientes del mal tiempo por el que atravesaba la mayor parte del territorio australiano, especialmente la zona de Brisbane, durante la segunda semana de enero de 2011, pero no se imaginaron que en poco tiempo el coche estaría cubierto por el agua. No tuvieron que esperar demasiado: sus vidas ya corrían peligro. Llamó a los servicio de emergencia pero ya estaban en el hilo que separa la vida de la muerte. Un señor se aventuró al rescate de Dona y sus hijos de 13 y 10 años, quienes ya habían sido arrastrados por la creciente.
«Salve primero a mi hermano», fue la petición de Jordan, el niño de 13 años, cuando el socorrista le agarró la mano. Sacaron a Blake del coche pero al tratar de regresar la cuerda se rompió. Bastaron unos segundos para ver engullidos por el agua a Dona y el pequeño Jordan. ««Sólo intento imaginar qué es lo que le paso a Jordan por la cabeza aquellos momentos. Aunque estaba muerto de miedo, dio su vida por su hermano. Es nuestro pequeño héroe», declaró el padre de Jordan y Blake al periódico The Australian. «Yo le prometí que todo iba a salir bien y segundos más tarde la cuerda se rompió. Lamento mucho todo lo ocurrido a la familia y me siento muy mal por no haber podido hacer nada más», dijo Warren McErlean, uno de los rescatistas.
Esta historia dramáticamente real nos permite ver la capacidad de renuncia de sí mismo por amor al otro. En un tiempo en que el individualismo nos hace velar únicamente por nosotros mismos, el ejemplo de Jordan invita a preguntarnos de qué seríamos capaces por nuestro prójimo. En este caso fue su hermano de sangre y por eso la pregunta se vuelve todavía más radical cuando consideramos la fraternidad tan pregonada entre todos los hombres pero que en situaciones como ésta nos hacen ponernos de frente al significado radical de lo que ella implica. Por lo pronto este testimonio de vida invita a la meditación personal.
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