Oportuno y fínamenete irónico el artículo de Ignacio Aréchaga a propósito de la insignificancia de las "noticias creadas" para acaparar la atención que de otro modo jamás tendrían algunos personajes como el trío punk Pussy Riot (para conocer sobre este caso véase Las chicas punk Pussy Riot: de la profanación de una catedral a la cárcel) y el fundador de Wikileaks.
Me quedo con dos frases de colección referidas en el artículo que recomiendo leer (lo pongo completo más abajo) y que pueden quedar sintetizadas así:
La diferencia entre Solzhenitsyn y Sajarov y las Pussy Riot es que los primeros tenían en la cabeza algo más que pasamontañas (los dos primeros fueron intelectuales rusos también opuestos al régimen de su tiempo).
La paradoja Assange consiste en que habiendo violado los cables de embajadas ahora se ampara en la inviolabilidad de una de ellas para evitar su extradición.
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Assange, las Pussy Riot y el derecho a ser famoso
Ignacio Aréchaga
Pasadas las Olimpiadas, la tradicional sequía informativa de agosto ha estado mitigada este año por las desventuras de Julian Assange en Londres y de las Pussy Riot en Moscú. Ambas pertenecen al género de noticias creadas por los propios protagonistas, para atraer sobre ellos el foco mediático y llamar la atención sobre su justa lucha.
Uno y otras se han presentados como mártires de la libertad de expresión, perseguidos por poderes autoritarios. Y no hay duda que Assange se ha ganado la enemiga de EE.UU., con sus filtraciones de Wikileaks, ni de que las Pussy Riot no cuentan a Putin entre sus fans. Pero, por el momento, Assange está requerido por la Justicia por delitos sexuales, por rocambolesca que sea la denuncia de las víctimas, y las Pussy Riot han sido condenadas por gamberrismo antirreligioso, por su “oración punk” en la catedral de Cristo Salvador, con un simulacro de oración en el que pedían a la Virgen que echara a Putin del poder.
La severa condena de dos años de cárcel a las Pussy Riot las ha convertido de grupo marginal desconocido fuera de Rusia en campeonas de la libertad de expresión e iconos feministas, con derecho a entrada en Wikipedia. Desde Madonna a Amnistía Internacional, muchas voces se han apresurado a pedir su liberación.
Pero no hace falta sintonizar con las maneras autoritarias de Putin para pensar que la libertad de expresión es algo más que la provocación punk. En cualquier caso, puestas a montar el número, podían elegir un sitio que molestara a Putin sin ofender a nadie. ¿Por qué no a las puertas de la Duma o del Kremlin? Irrumpir en una iglesia con una parodia de oración cantada no puede menos que ofender a los que van a rezar de verdad. Pero el hecho de que para el grupo de punk-rock la catedral fuera solo un escenario llamativo para su provocación indica ya el respeto que les merece la libertad de rezar.
Para algunos comentaristas, la libertad de performance artística y de protesta política parece justificar cualquier intervención en una iglesia. Pero no sé qué diría Madonna si las Pussy Riot hubieran irrumpido sin autorización en su espectáculo, dispuestas a quitarle el protagonismo.
La verdad es que, incluso desde el punto de vista musical, el numerito de las Pussy Riot que puede verse en YouTube es bastante penoso. Está en sintonía con el estilo del grupo, que se ha caracterizado no solo por las críticas a Putin, sino por recurrir a provocaciones sexuales, radicalismo anárquico, feminismo antipatriarcal y demás clichés al uso. La libertad de expresión puede amparar también eso, pero probablemente no es su manifestación más excelente.
Ha caído mucho el nivel de la disidencia rusa, que bajo el régimen comunista estaba representada por personajes de categoría, desde Solzhenitsyn a Sajarov, que arriesgaron bastante más que las Pussy Riot y que tenían en su cabeza algo más que pasamontañas. Mientras Putin solo tenga que enfrentarse a gente como las Pussy Riot, puede estar tranquilo. Habrá que hacer oraciones para que la justicia rusa se apiade, como ha pedido la Iglesia ortodoxa, y las suelte pronto y puedan volver a su insignificancia.
Esto es muy duro para personajes que han disfrutado de su derecho a quince minutos de notoriedad. Y si no, que se lo pregunten a Julian Assange, que ha vuelto a subirse al balcón mediático de la embajada del Ecuador, cuando su momento de gloria ya había pasado. Su obra, Wikileaks, atraviesa desde hace tiempo horas bajas, sin ninguna revelación suculenta que llevar a los titulares periodísticos. Así que ahora su causa es su propia libertad, más que la libertad de expresión.
Este cambio da lugar a un enredo bastante curioso. El que desveló los cables de las embajadas americanas contra todo uso diplomático, se ampara hoy en la inviolabilidad de una embajada. Su defensor, Garzón, que tanto se empeñó en lograr la extradición de Pinochet, vuelve a Londres para luchar contra la extradición de Assange a Suecia. El presidente ecuatoriano, Correa, que tanto ha combatido a la prensa de su país, se convierte de la noche a la mañana en caballero andante de la libertad de expresión amenazada, y quiere movilizar a las cancillerías latinoamericanas contra el colonialismo británico.
Con razón se dice que hoy día la información ha sido sustituida por el infotainment.
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