Es a partir de Ignacio de Loyola y sus «ejercicios espirituales» que la espiritualidad católica toma mayor conciencia y desarrolla el tema del «discernimiento espiritual». Con el paso del tiempo el «discernimiento espiritual» supera las fronteras de su aplicación inicial (las grandes ocasiones de decisión existencial) hasta abarcar las pequeñas opciones de la vida cotidiana.
Se puede decir que, sustancialmente, el «discernimiento espiritual» consiste en el ejercicio de identificar si un movimiento interior que nos impulsa hacia algo lo está pidiendo Dios o no; si esa inquietud con intención de materializarse en algo exterior viene de Dios o del demonio.
El campo del discernimiento toca hoy también un ámbito de la realidad tan concreto como internet. Cada día se ven nacer distintas iniciativas on line de cariz «católico»: desde sencillos y activos blogs, páginas de Facebook o perfiles de Twitter hasta elaboradas webs o espectaculares canales de YouTube.
En no pocos casos las iniciativas suponen el tiempo y el esfuerzo voluntario de las personas que las impulsan por su propia cuenta. Un repaso por muchos de esos proyectos, sin embargo, evidencia que en no pocos casos se trata de meras reduplicaciones de iniciativas digitales ya existentes. Otras suponen incluso –seguramente con la mejor intención– suplantar identidades o valerse del buen nombre de instituciones o personalidades (es frecuente encontrarse fans page del «Papa Francisco» o cuentas de Twitter de la «Iglesia Católica»).
Yendo al fondo de este surtido mercado de ofertas digitales de cariz católico se puede plantear una pregunta de no poca monta: ¿quiere Dios realmente ese proyecto? La respuesta supone no sólo la conciencia formada sino también una voluntad firme y determinada porque si la respuesta es «no» entonces eso supone actuar en consecuencia. Una idea genial también debe pasar por el crisol de la voluntad de Dios. Así al ingenio humano se le agrega la genialidad divina.
La vida espiritual cristiana es sabia y por eso los grandes maestros han sugerido siempre la conveniencia de un director espiritual que, entre otras cosas, ayuda al que se plantea la cuestión acerca del querer de Dios, tanto sobre su vida como sobre sus proyectos, como instancia ulterior que facilita objetivizar la contestación a Dios por parte del dirigido. Se menciona esto porque en un tiempo en que la exaltación de la individualidad y autodeterminación desmesuradas están a la orden del día no sería difícil responder «sí» incluso antes de plantearse la cuestión de si Dios quiere o no tal proyecto en la red.
Es comprensible que el deseo de impulsar iniciativas buenas, que llevan una impronta de fe y que además son fáciles de realizar en la web (debido a las facilidades técnicas y económicas que internet ofrece), se lleven a la obra y multipliquen. Pero si ya existen proyectos que hacen lo que uno quiere comenzar a hacer (muchas veces de forma institucional y profesionalmente) entonces ¿para qué multiplicar el trabajo y crear involuntariamente división? ¿No sería mejor canalizar las propias inquietudes en apoyo efectivo y como disponibilidad de trabajo en proyectos pre existentes que responden a nuestras inquietudes? No es menos «ciber-apóstol» el que dedica su tiempo y fuerzas a promover iniciativas de terceros que, en definitiva, trabajan para el mismo Dios y con la misma Iglesia.
No basta la buena voluntad para impulsar proyectos confesionales on line. ¡Hay que preguntar a Dios si Él quiere eso que uno subjetivamente cree que debe hacer! Y el mejor lugar para hacer la pregunta y recibir la respuesta es la oración, no las redes sociales. De otro modo terminamos «obligando» al Espíritu Santo a hacer suyos nuestros proyectos cuando, tal vez, en el fondo, lo que realmente está a la base no es el deseo de comunicar a Dios sino un afán de comunicarnos a nosotros mismos, un prurito de notoriedad personal, y no el dar gloria al Señor, criterio decisivo en las reglas del discernimiento.
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