La tarde del 11 de septiembre de 2014 comenzó a circular la foto: era el primer selfie realizado junto a Benedicto XVI. En realidad no era uno sino dos. El primero que se aventuró a publicarlo fue el seminarista napolitano Giuseppe Ricciardi. Horas después haría lo propio el padre Sebastiano Sequino. Ambos habían sido recibidos por el papa emérito en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, donde aprovecharon la ocasión para estas fotos sui generis.
Es verdad que, como se anunciaba en los primeros tuits, se trataba del primer selfie de Benedicto XVI, pero cuál era exactamente lo importante del hecho. Parecía más que la noticia era el logro que el evento en sí mismo.
En torno a esto alguien expresó atinadamente sus dudas en Twitter: «Me gustaría saber si el autor de la foto le ha dicho a Benedicto XVI qué es un selfie y qué iba a hacer con él». En Facebook otra periodista anotó en italiano (la traducción es mía): «Un Papa no es Laura Pausini… Basta de tratar a los papas como estrellitas de pop».
Desde hace tiempo llevo reflexionando en torno al tema de los selfies pues suponen más que una moda. Creo que a Benedicto XVI es más para pedirle firmar un libro que una autofotografía… Selfies que en los casos de otras grandes personalidades, como la del presidente de Estados Unidos, les están prohibidas (véase la noticia sobre la prohibición de la Casa Blanca al presidente Obama de acceder a tomarse selfies).
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