jueves, 16 de octubre de 2014

Ébola: qué bueno que nos unamos para salvar a un perro inocente, pero tu vida cambia cuando agarras en tus brazos a un niño, te mira a los ojos y se muere

Dos niñas agonizan de ébola en un hospital de Sierra Leona. Foto de Samuel Aranda para The New York Times.
El ébola logró viralidad no porque no estuviese cobrando vidas humanas sino porque esas vidas estaban demasiado lejos de las sociedades que creen que a fuerza de tuits, hashtags y "likes" en las redes sociales se cura la plaga. Han tenido que contagiarse fuera de África algunas personas para que Europa y Estados Unidos -y con ellos el occidente opulento- temieran un poco más la deriva imprevisible.

Cuando tuvieron que repatriar a los dos misioneros españoles contagiados con ébola (luego fallecidos en su país) no faltaron las voces que se alzaron contra el derecho de esos ciudadanos para morir en su tierra de origen. Y cuando una de las enfermeras que trató a uno de esos misioneros católicos resultó infectada no dejaron de escucharse voces en tono de "os lo dije: no debimos dejar entrar a los misioneros". Superó las fronteras españolas el caso del perro del esposo de la enfermera contagiada, Excallibur, a quien los servicios sanitarios decidieron matar por razones de prevención. No entro en el caso puntual del perro cuanto en las manifestaciones dentro y fuera de España oponiéndose a la medida. ¿Y quién alzó la voz por los niños contagiados? Contra los misioneros enfermos muchos, por el perro más todavía... ¿Tiene lógica?



Por la manera como tratan a los enfermos de ébola en Estados Unidos y España se puede advertir la meticulosidad de los trajes para evitar más contagios. Algo completamente justo y comprensible. Y precisamente al ver esos modos de vestir para atender deberían hacernos reflexionar en eso con lo que muchos misioneros católicos no cuentan en el día a día de la atención a los africanos enfermos de ébola en el continente del sahara, de las selvas y de las estepas más grandes del mundo.


Una periodista española, Ana Rosa Beltrán, entrevistó a un misionero católico español en su programa de televisión. Y sus palabras conmuevan e interpelan: "Me han crucificado en correos porque se me ocurrió decir que quería el mismo eco mediático para los niños que se me mueren de hambre que para el perro Excallibur. Y tengo cuatro perros. Bendito sea Dios que nos unamos para salvar a un perro inocente, pero -¡caramba!- tu vida cambia -yo lo tengo muy claro-, tu vida cambia cuando agarras en tus brazos a un niño, te mira a los ojos y se muere. Y se muere pudiendo ser salvado en cualquier parte del mundo". Y cuando le preguntan si tiene un medio de protección responde: "Qué protección va a tener un misionero como yo cuando debe irse a meter a las aldeas (...) Si he estado todo el día jugando con los niños no puedo ir ahora disfrazado, los mato del susto".




Decía no hace mucho el mismo sacerdote entrevistado en tv, pero al diario ABC, que si muere le gustaría ser enterrado en España. Pero si eso va a gener un drama en su país pues que se le entierre en Sierra Leona.

"Cuando un misionero llega al lugar de destino, tiene la convicción de que ese es su pueblo y esa es su gente", refería el padre Anastacio Gil, director de las Obras Misionales Pontificias España a la agencia ZENIT. "No es un técnico que viene a ayudar, sino un cristiano que vive la solidaridad y la universalidad como expresión de la caridad. Desde esta premisa se entiende que un misionero no se plantee la necesidad de salir si no es para ir a otro lugar a anunciar el Evangelio porque su tarea pastoral ha dado como fruto el nacimiento y formación de las comunidades cristianas. Su empeño de quedarse en el lugar del conflicto no es por tozudez ni voluntarismo heroico sino porque tiene la certeza de que allí donde están los hermanos, ordinariamente los mas desfavorecidos, allí ha de estar él porque no es como los demás, sino “los demás”.

¡Gracias misioneros!

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