Ya sabemos que hay millones de niños sin clases (861,7
millones en el mundo de acuerdo a datos de la UNESCO). Es sólo una de entre las
muchas consecuencias de esta pandemia. Muchos de esos niños pueden seguir un
ritmo muy parecido al lectivo gracias a que sus escuelas y/o familias pueden
ofrecerles tanto los dispositivos para seguirlas como el internet para
conectarse. Pero… ¿nos damos cuenta que eso pasa en un mínimo de la población?
¿Se han puesto a pensar cuántas casas en México tienen un
contrato de internet estable? Latinoamérica no debe ser muy diferente. Muchos
no tienen para comer, menos van a tener para pagar una mensualidad de este
tipo. Y si esto pasa en las ciudades, ahora imagínense el ámbito rural.
Según la “Encuesta sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías
de la Información y la Comunicación en los Hogares” realizada por el INEGI en
México (véase completa aquí https://bit.ly/2S2d7T5)
sólo hay 18,3 millones de hogares con conexión a internet, lo que representa el
52,9% del total de hogares del país. En zonas rurales apenas un poco más del 40%
de la población tiene alguna forma de conexión.
El otro día pensaba: “y esos niños y niñas, ¿qué están
haciendo entonces?”. Agréguenle que muchos papás y mamás tienen que trabajar y
por tanto los niños se quedan solitos. De verdad mamis que pueden estar al
pendiente de sus hijos, no dejen de agradecer a Dios por esta bendición. Seguro
que andan cansaditas, ¡cómo no! Nunca se vieron de maestras y terminaron con
escuela en casa. Pero no es lo mismo poder estar ahí que quedarse con la
angustia de la incertidumbre.
Hay casos (y casas) en los que sí hay internet pero no hay
dispositivos para todos. Incluso entre familias de mejor posición social es la
mami la que presta su celular a un hijo, el ipad al otro y la computadora al
otro… porque no hay para que cada uno tenga todo.
También pensaba el otro día en miles de niños que ahora están
en casa expuestos a violencia física, psicológica y/o sexual. La escuela era
para ellos su única salida a ese ambiente de acoso. Porque si no lo sabían el
hogar es al día de hoy el principal lugar de violencia contra los niños, según
la UNESCO (véase https://uni.cf/2KskkYr).
Y ahora pasemos a los maestros… Creo que muchos padres de
familia se están dando cuenta que el problema en la educación de su hijo no era
el maestro ni la escuela… Al grado de que hay quien ha dicho, con un poco de
humor e ironía, que si los científicos no encuentran la vacuna la van a
encontrar los papás con niños en casa. Su urgencia no es para menos.
La verdad miles de maestros están en circunstancias de
conexión análogas a las de millones de niños. Y pese a todo hay faros luminosos
de aliento y esperanza…
El otro día leí un testimonio bellísimo de un maestro y una
maestra que pasaba por cada casa de cada uno de sus alumnos para dejarles tarea
y recogerla pues ni ellos ni los niños tenían modo de conectarse por internet.
Cómo no conmoverse ante ese extra que sólo Dios ve. Es justo valorar el trabajo
de miles de maestros que honrosamente llevan ese título. Tal vez este periodo
nos ha llevado indirectamente también a esto.
Y en esta línea va también la foto que pongo: una niña de escasos recursos que sigue las
clases ordenadamente ayudada por la televisión, uniforme incluido. Y cada vez
me convenzo personalmente más que el que quiere, puede. Y el que no, aunque lo
manden a la mejor escuela del mundo no la va a hacer porque le falta lo principal:
que le nazca.
Si eres de una de esas familias bendecidas por poder tener
los medios para vivir de un modo más llevadero esta cuarentena no dejes de dar
gracias. Y si puedes ayudar, de la forma más humilde y sencilla que puedas a
otros (a veces con algo tan elemental como una sonrisa, una llamada o lo que
Dios te inspire), ¡hazlo!
Quise escribir todo esto porque a veces me encuentros con
personas desalentadas. Y todo esto nos hace ver que si bien tal vez no todo sea
perfecto en nuestra casa, seguramente es mucho mejor que las condiciones en que
se encuentran tantos otros. Y eso no es simplemente para decir “menos mal” sino
para aprovechar estas bendiciones y ponerlas a trabajar por el bien de uno
mismo y de otros.
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