I. Hechos
Nunca como en 2020 se habían
transmitido tantas misas y eventos relacionados con la fe por medio de YouTube,
Facebook o Instagram. Lo que había ocurrido con las clases, un
migrar a plataformas digitales como Zoom o Microsoft Teams sucedió
también con el mundo de la religiosidad en el contexto de la pandemia, a raíz
de las medidas de distanciamiento social impuestas por las autoridades civiles.
El hecho de tener iglesias cerradas en
un tiempo de especial necesidad espiritual volcó a las personas a las redes
sociales y canales de televisión explícitamente confesionales (1). Por cuanto a
cantidad se refiere, no se trataba sólo de una oferta especial que la Iglesia
hacía sino también de una necesidad que las personas tenían.
De hecho, un estudio estadounidense
(2) mostraba que en los primeros meses de la pandemia la fe de las personas se
había fortalecido. Este dato se elevaba en el caso de quienes se declaraban
cristianos. En la situación particular de los católicos, 3 de cada 10 de ellos
declaraban que su fe se había fortalecido durante la pandemia. Esto aumentaba notoriamente
si se restringía el grupo a personas que participan habitualmente en servicios
religiosos.
En el ámbito católico, la variadísima
oferta de “acompañamiento digital”, estaba en perfecta sintonía con la
percepción de fortalecimiento de la fe de las personas.
Fue casi desde el inicio que las
transmisiones online fueron incluso sugeridas y en algunos casos recomendadas
a los sacerdotes por el Papa y/o los obispos como modos de cercanía a los
fieles. Fue en este contexto que las personas pudieron hacer una selección de
qué misas seguir y a qué sacerdote elegir. Por así decir, tenían al fin una
oportunidad de elección más a la mano y sin esfuerzo acerca de a quién querían
escuchar, cuándo querían hacerlo y, en cierta forma, también qué querían escuchar.
En otras palabras: la fe en pandemia respondía a un rasgo propio de lo digital:
el consumo bajo demanda.
Se entiende también así cómo en este
periodo 1) se han “consolidado” mediáticamente algunos personajes (sacerdotes y
no sacerdotes) y 2) han surgido nuevos personajes populares, 3) mientras que
tal vez el esfuerzo no menor de otros no recibió la misma recompensa y han pasado,
justa o injustamente, desapercibidos (incluso sin importar que jerárquicamente
muchos de los seguidos no fuesen obispos o transmitiesen desde un perfil de red
social no institucional sino personal). En este sentido, la fe en el ámbito
digital no respetó protocolos de jerarquía o autoridad, sino que se guío por otro
de sus criterios: el de popularidad.
De este modo teníamos celebraciones o
conferencias con sacerdotes o mujeres consagradas con cientos de seguidores y contrastantes
transmisiones con obispos o personalidades “oficiales” de la Iglesia que apenas
si conseguían visualizaciones.
El campo de la oferta formativa no ha
sido menor durante este periodo: desde los que monetizaron los conocimientos asociados
a la fe hasta quienes los regalaron como un modo de servicio a la comunidad: congresos,
simposios y seminarios se sucedieron -y continúan- con el correr de los meses.
Diversas plataformas de recaudación contribuyeron también a posibilitar algunas
formas de caridad cristiana para ayudar a los más afectados por la pandemia. En
este campo, curiosamente, la caridad de la Iglesia como institución a través de
Cáritas no fue, ni por asomo, opacada por las pocas iniciativas particulares.
El encuentro entre fe y redes
sociales mostró también que no obstante todas las posibilidades, el modo de
vivir la fe en ellas era limitado e imperfecto. Fue así que, consciente o
inconscientemente, lo puesto online subrayó implícitamente dos cosas: la
centralidad de la Eucaristía, con la comunión espiritual como aliada, y las prácticas
de devoción que se podían realizar en la propia casa y, por tanto, sin
mediación de ministros o de la iglesia como lugar en torno al cual gira el culto
a Dios (3).
Si la vida de la Iglesia gira en
torno a los sacramentos y estos conducen necesariamente a Cristo, era la misa “el”
sacramento más susceptible de transmisión y por tanto el que ocuparía el primer
lugar entre las principales “servicios religiosos online” católicos.
La experiencia acumulada en la relación
misa-televisión y la facilidad para realizar transmisiones virtuales vía Facebook,
Zoom, YouTube o Instagram (incluso con interacción por
parte de quienes las seguían) posibilitaban, además, poner al centro de todo la
Eucaristía. Pero, ¿y la comunión? Ha sido en este periodo donde se ha potenciado
una específica práctica devocional conocida como “comunión espiritual”: una
expresión de anhelo de comunión sacramental ante situaciones de imposibilidad para
recibirla por muy variadas razones. En el contexto de la pandemia ésta ha sido “la
razón”.
Estudios (4) mostraron cómo en países
como Estados Unidos hasta un tercio de los adultos siguieron los servicios
religiosos por medio de la televisión o de forma online. Incluso un 18%
de los adultos revelaron que comenzaron a seguir eventos religiosos por primera
vez durante la pandemia. No es para nada irrelevante que 9 de cada 10
estadounidenses que han visto servicios online digan, por ejemplo, que
están muy satisfechos con esa experiencia.
II. Causas
Las tecnologías de la información y
de la comunicación (TIC´s) son la vida o parte significativa de la vida de más
de la mitad de la humanidad.
En 2020, de los 7,700 millones (5) de
seres humanos, 4,540 millones usaban internet y 3,800 millones redes sociales
(6). Esto significa que el 60% de la población mundial está en línea y que más
de la mitad de la población usó alguna red social durante 2020.
El promedio mundial de consumo cotidiano
de internet es de 6 horas 43 minutos diarios: poco más de una cuarta parte de
un día de vida diaria de una persona común está ligada a su “vida digital”, lo
que sin exagerar equivale a decir que hoy por hoy una cuarta parte de la vida
de una persona es digital.
Considerando que el sueño es al menos
una cuarta parte más (y necesaria) y que el trabajo (o el estudio, según la
edad) supone un cuarto más, sólo queda un cuarto de vida para el resto de todas
las demás cosas juntas y no menos esenciales como comer, ir al baño, visitar
familiares, hacer ejercicio… o acudir a la iglesia.
En cierto sentido, para una cantidad
no poco significativa de seres humanos, y cada vez para muchas personas más, la
participación online en formas de congregación religiosa resulta más
natural y “obvia”.
Pero, ¿la fe puede ser virtual? Puede
decirse que una respuesta la dio el Papa Francisco en la homilía de la misa matutina
del 17 de abril de 2020 cuando dijo:
Digo esto porque alguien me hizo
reflexionar sobre el peligro que este momento que estamos viviendo, esta
pandemia que nos ha hecho a todos comunicarnos religiosamente a través de los
medios, a través de los medios de comunicación, incluso esta Misa, estamos
todos comunicados, pero no juntos, espiritualmente juntos.
La gente es pequeña. Hay un gran pueblo:
estamos juntos, pero no juntos. También está el Sacramento: hoy lo tienen, la
Eucaristía, pero la gente que está conectada con nosotros, sólo la Comunión espiritual. Y
esto no es la Iglesia: es la Iglesia en una situación difícil, que el
Señor permite, pero el
ideal de la Iglesia es estar siempre con el pueblo y con los Sacramentos. Siempre.
Antes de Pascua, cuando salió la
noticia de que celebraría la Pascua en San Pedro vacía, un Obispo me escribió –un
buen Obispo: bueno– y me regañó. "Pero cómo es que San Pedro es tan
grande, ¿por qué no pone 30 personas por lo menos, para que se pueda ver a la
gente? No habrá peligro...". Pensé: "Pero, ¿qué tiene en la cabeza,
para decirme esto?". No lo entendí, en el momento. Pero como es un buen
Obispo, muy cercano a la gente, querrá decirme algo. Cuando lo encuentre, le
preguntaré. Entonces lo entendí. Me dijo: "Ten cuidado de no viralizar la Iglesia, de no viralizar
los Sacramentos, de no viralizar al Pueblo de Dios". La Iglesia, los Sacramentos, el
Pueblo de Dios son concretos. Es cierto que en este momento debemos
hacer esta familiaridad con el Señor de esta manera, pero para salir del túnel,
no para quedarse allí. Y esta es la familiaridad de los apóstoles: no gnósticos, no viralizados, no
egoístas para cada uno de ellos, sino una familiaridad concreta, en el pueblo.
Familiaridad con el Señor en la vida diaria, familiaridad con el Señor en los
Sacramentos, en medio del Pueblo de Dios. Ellos han hecho un camino de madurez en la
familiaridad con el Señor: aprendamos a hacerlo también. Desde el primer
momento, entendieron que esa familiaridad era diferente de lo que imaginaban, y
llegaron a esto. Sabían que era el Señor, compartían todo: la comunidad, los
sacramentos, el Señor, la paz, la fiesta.
Que el Señor nos enseñe esta
intimidad con Él, esta familiaridad con Él pero en la Iglesia, con los Sacramentos,
con el pueblo fiel de Dios” (7).
III. Consecuencias
El estudio del Pew Research Center
“Will the coronavirus permanently convert in-person worshippers to online
streamers? They don’t think so” pone la pregunta fundamental: cuando la pandemia
haya terminado, ¿los feligreses regresarán a la Iglesia? (8)
La mayoría de las personas
encuestadas respondió que “sí”. Incluso una pequeña parte de quienes siguieron
servicios religiosos online por primera vez, sin hacerlo antes de forma
presencial, prevén asistir físicamente.
Es cierto que la mayoría de las
personas que no iban a la iglesia antes no comenzarán a ir y esto parece
reflejar más bien una continuidad en hábitos tanto para quienes iban y migraron
a lo digital como para quienes no iban, no migraron y seguirán en este campo
igual que antes de la pandemia. Es prácticamente insignificante el número de
los que prevén sustituir con la modalidad virtual la asistencia física.
Otro estudio (9) del Pew Research
Center de enero de 2021 mostraba que en varios países las personas habían
fortalecido su fe durante la pandemia e incluso percibían que en sus países la
fe había aumentado.
Al final de una audiencia concedida
al prefecto de la congregación para el culto divino y disciplina de los sacramentos,
Card. Robert Sarah, el pasado 3 de septiembre de 2020, el Papa autorizó una
carta (10) donde se invitaba a todos los católicos del mundo a “volver a la
normalidad de la vida cristiana” allí donde las circunstancias lo permiten. Pero,
¿podemos prever que todo será igual que antes?
La relación fe y medios de
comunicación, que podríamos concretar más como Iglesia católica y medios, deja
algunos puntos abiertos para profundizarlos como tentaciones, como oportunidades
y como retos.
3.1 Tentaciones
a) La tentación de la comodidad
Dado que la vida humana está
constituida de hábitos, resulta comprensible el hecho de que un hábito
inicialmente facilitado por la participación en una transmisión como la misa
vía online derive en la comodidad de querer seguirlo haciendo de ese modo
incluso cuando ya se pueda asistir presencialmente a una iglesia. Es lo que el
Papa comenta cuando habla de la dimensión comunitaria de la fe en contraposición
de “la fe sólo para mí”.
b) Confundir evangelización con
entretenimiento
Muchos sacerdotes, religiosos,
religiosas y laicos han habitado redes sociales de cariz más juvenil como Tik-Tok
e incluso han tenido una afortunada relevancia popular. Si bien es cierto que
antes de la cuarentena Tik-Tok gozaba ya de un crecimiento, esa red social de
videos cortos (originaria del mismo país del COVID19) experimentó un crecimiento
especial durante la pandemia (11). La relación tiempo disponible y oferta para
gastarlo es comprensible.
No han sido pocos los que han llamado
a los bailes que hacen sus protagonistas, a los videos chistosos que crean los
tiktokers o a las interpretaciones ingeniosas que comparten sus creadores, evangelización.
Hay quien ha defendido el hecho de que si no fuese por esos usuarios de alzacuello,
sotana, hábito o toca, muchos jóvenes no conocerían un “rostro joven” o “más
amable” de la Iglesia.
Desde un punto de vista profesional no
debe minimizarse esa acción positiva, pero en cuanto a relación con una
disciplina de ciencias de la comunicación social, esa manera de presencia
responde más a una forma de mercadotecnia, marketing y publicidad que propiamente
a una disciplina teológica como podría ser la teología pastoral y dentro de
ella lo que tiene que ver con la evangelización.
No solo en sus intenciones, la evangelización
como tal tiene unas pretensiones más profundas que lo que podríamos llamar (12),
sin afán ofensivo, un “pío entretenimiento religioso”. Algunos ejercicios de
acercamiento a personas alejadas de la fe, también en este campo de las redes
sociales, puede aproximarse más, aunque con una informalidad más notoria, a la
iniciativa que en 2010 impulsó el Pontificio Consejo de la Cultura y que se
llamó “el atrio de los gentiles (13)”.
Algo análogo vale para las demás
redes sociales. Incluso para la manera cómo se transmiten misas y otros servicios
religiosos. El Papa lo expresó muy atinadamente y usando el argot propio: no
viralizar los sacramentos, al pueblo de Dios ni a la Iglesia.
La misa no está al simple y llano nivel
de trasladar una clase a Zoom ni es un simple programa para entretener
personas o popularizar al sacerdote de turno. Esto debería llevar a considerar
más atentamente cómo el modo como el ministro celebra y transmite la Eucaristía
precisa de unas formas específicas o gestos pastorales propios que faciliten a
los fieles sumarse a esas transmisiones y vivirlas, a pesar de los límites, del
mejor modo posible; sin perder nunca el protagonismo que la Eucaristía tiene y
de la cual los ministros son servidores, no propietarios.
c) Identificar éxito con visualizaciones,
likes y compartidos
En la mentalidad actual los parámetros
de medición, y por tanto de popularidad, se basan en número de seguidores,
likes o compartidos. Hoy en día las mismas plataformas digitales ofrecen estadísticas
gratuitas con datos tan particulares como cantidad de personas que ven las
transmisiones o publicaciones, sexo de los consumidores, origen de procedencia,
edades, tiempo de permanencia, etc.
La tentación del protagonismo,
también en un contexto donde el protagonismo absoluto es de Dios y de su acción
silenciosa en la vida de las personas, es tan real como el hecho de que la
vanidad, el orgullo y la soberbia afectan al humano por ser humano y al
consagrado además por ser tal.
El éxito en la Iglesia no está
llamado a entenderse y medirse sino a confiarse a la acción de Dios. ¿Cómo se
podría medir la acción de Dios en el interior de las personas? Allí donde
nuestro trabajo termina continúa el de Dios. Esto también se convierte en un
consuelo para quienes tal vez, no obstante su pureza de intención, han visto
menos “recompensado” su esfuerzo durante este tiempo.
A propósito de la pureza de
intención: cuando el éxito de un apostolado o acción apostólica, institucional
o no, se mide por el número de interacciones, se puede encontrar también una
posible ausencia de esa pureza de intención que, a la larga, vicia también las
intenciones sobrenaturales de lo que hacemos y resta no sólo radio sino también
protagonismo al Dios que actúa y méritos a la acción a Dios.
d) Perder de vista la brecha digital
Si bien es cierto que muchos miles de
millones de seres humanos tienen una vida digital no es menos cierto que otro
tanto de personas no la tienen. Incluso entre quienes viven en países donde la facilidad
técnica de acceso a internet es un hecho, hay muchas personas que no disfrutan en
la práctica de él por razones económicas o de edad, entre otras.
La brecha digital es real y no es sensato
para este momento pensar en acciones pastorales 100% digitales cuando muchas
personas, especialmente ancianas, ni siquiera saben mandar un mensaje por medio
de Whatsapp o Telegram, aunque tengan dispositivo último modelo,
un módem, fibra óptica en su casa o conexión 5G. No está de más recordar que la
mitad de la población no tiene aún acceso a internet y eso ya sería suficiente
como para redimensionar lo que se hace.
e) Lo virtual en detrimento de lo
presencial o una fe individual desencarnada de lo comunitario
La fe en tiempo de pandemia y mediada
por las redes sociales también ha subrayado una dimensión propia de lo virtual:
la sensación de control y dominio por parte del individuo. A esto se suma el
hecho de poder seguir un servicio religioso que veo cuando quiero (a fin de
cuentas “se queda cargado en YouTube”), el cual puedo poner al volumen
que deseo, ante el que no debo ninguna puntualidad ni etiqueta de vestido pues
lo sigo desde casa y que en definitiva responde a mis necesidades y gustos
personales.
A esto podríamos responder que:
“Aunque los medios de comunicación realicen un valioso
servicio a los enfermos y a los que no pueden ir a la iglesia, y han prestado
un gran servicio en la transmisión de la Santa Misa en un momento en que no era
posible celebrarla comunitariamente, ninguna transmisión es equiparable a la
participación personal o puede sustituirla. Por el contrario, estas
transmisiones, solas, hacen que se corra el riesgo de alejarnos del encuentro
personal e íntimo con el Dios encarnado que se nos ha entregado no de forma
virtual, sino real, diciendo: 'El que come mi carne y bebe mi sangre permanece
en mí y yo en él'» (Jn 6, 56) (14)”.
f) Minimizar las posibilidades de las
redes sociales
Durante mucho tiempo prevaleció una
aproximación de prudencia moral o belicosidad irracional contra los medios por
parte de algunos sectores de la Iglesia. Hoy no se puede minimizar la potencialidad
y el servicio que de hecho han ofrecido a la fe.
¿Qué hubiera pasado si la pandemia hubiese
pasado en el año 2000 o incluso unos años antes, cuando prácticamente las redes
sociales no existían? ¿Cuántas personas habrían experimentado una soledad más
insoportable sin el consuelo de la fe que sí han dado tantas transmisiones
durante la pandemia de 2020? Unas décadas atrás, ¿cuánto habría costado pagar
transmisiones por televisión para que los fieles no quedasen desamparados de
una misa, por ejemplo?
3.2 Posibilidades
a) La sinergia de personas individuales
e Iglesia como institución
Las personas siguen personas porque
con una marca no te puedes relacionar como sucede con las personas. Las marcas
no ríen ni lloran. Este principio explica por qué hoy en día las marcas acuden
a personalidades que les representen para enganchar o dar una sensación más
humana a sus clientes o clientes potenciales. De suyo, sucede hoy en día que las
marcas ya no hacen que el influencer vaya a ellas sino que son ellas las que
van y pagan para estar presentes en el perfil de red social del influencer.
Es verdad que en el caso de la
Iglesia no se trata de clientes ni de oferta de servicios pero hay un amplio
horizonte a recorrer entre la Iglesia como institución y sus sacerdotes, religiosos
y religiosas, e incluso laicos, en común a través de formas que evidencien esa
unión y también que subrayen su pertenencia.
Puede estar sucediendo, tal vez imperceptiblemente,
que se esté llevando a la gente a una máxima que en otro tiempo decía “Cristo
sí, Iglesia no” y que podríamos actualizar como “Sacerdote sí, Iglesia no”. Aquella
advertencia de San Pablo acerca de que las comunidades no son propiedad de
Pedro, Apolo o el mismo Pablo (cf. 1 Cor 1, 12) hoy es un riesgo latente
pues comprensiblemente los personajes a través de sus redes sociales individuales
se muestran hoy más cercanos e inmediatos mientras que la Iglesia institucional
corre el riesgo de ser percibida como lejana y desencarnada.
Es comprensible que la libertad y
facilidad para publicar individualmente no pase por trabas a veces aparentemente
burocráticas que se atraviesan cuando se hace por medio de canales institucionales.
En parte es fácil de explicar y entender la diferencia entre lo informal y lo
formal y lo que esto entraña de responsabilidad. Pero para individuos que hoy tardan
en realizar esos razonamientos es comprensible que prefieran quedarse con el
sacerdote, religioso o consagrada de carne y hueso (y que en principio de todos
modos “le lleva” a Cristo) que con un perfil institucional carente de
expresiones de proximidad humana y más bien de corte lejano y frío.
b) El trabajo en equipo
Han sido más bien escasos los
proyectos realizados en conjuntos ya no sólo entre instituciones al interior de
la Iglesia sino también entre personas dentro de ellas. El horizonte
eminentemente positivo que da el trabajar proyectos conjuntos da unas mayores
garantías no sólo de continuidad. La era digital ha puesto al individuo al
centro, despojándolo de su sentido de pertenencia. Justo en dirección contraria
a lo que es la Iglesia. Proyectos donde se involucran más personas abren al
pozo de una creatividad que se agota menos y permiten contrastar ideas que de
otro modo pueden ser percibidas como idealizaciones personales justificadas con
likes.
3.3 Retos
A modo enunciativo nos acercaremos a
tres ámbitos donde los retos se presentan:
1º Comunicación institucional de la Iglesia
(y comunicación de sus obras y apostolado)
Sacerdotes, religiosas e incluso
laicos que hablan sobre la fe no lo hacen nunca a título personal. La
predicación eclesial es un ministerio y como tal se trata de una encomienda de
la Iglesia, no de una mera iniciativa personal. En una época de marcado
individualismo se da el riesgo de reflejar una desconexión entre las personas
que forman parte de una institución y la institución de la que forman parte. En
otras palabras, una pérdida de identidad que redunda en una relegación de lo
que da soporte a lo que dicen y autoridad a lo que transmiten.
¿Cuál es el reto aquí? Evidenciar la
unidad entre institución y personas con visibilidad pública de forma que se note
un sentido de pertenencia.
Un mundo virtualizado pone el reto de
saber contarse a las obras de la Iglesia y a sus apostolados: contarse ella
misma por medio de sus miembros y en sus miembros. Aunque en principio
cualquier miembro sería susceptible de narrar implícitamente a la institución con
sus publicaciones, eso no quita que una institución individué y acompañe a
personas específicas a través de las cuales se pueda o quiera contar.
2º Relaciones públicas, mercadotecnia
y publicidad
El hecho de que algunas iniciativas
en redes sociales aparentemente superficiales no sean inmediatamente evangelizadoras
no debe llevar a minimizar su poder de acercamiento.
Esto supone la oportunidad de la reflexión
y del acompañamiento: de reflexión porque una premisa antes de toda acción debería
ser a dónde quiero acompañar a las personas y cómo lo voy a hacer. Entre una y
otra pregunta el contenido no es el fin sino el gancho. Lamentablemente no son
pocos los que se quedan o pueden quedar en el medio pues el trato uno a uno,
como el que realizó Jesucristo, no aporta tantos likes y en consecuencia
no aumenta el ego de la propia popularidad.
Las personas están llamadas a
acompañar, discernir e integrar a otras personas a Dios por medio de la Iglesia
y no hacia ellos mismos.
3º Pastoral en un mundo virtualizado
- La pandemia hizo prevalecer un
marcado sentido de anuncio más que uno de sacramentos. La gran pregunta aquí
sería: ¿cómo se puede dar continuidad al sentido de anuncio, en conexión con
los sacramentos, de forma que se llegue a Dios? ¿En qué forma las diferentes
plataformas de redes sociales se convierten en púlpitos que con características
diferenciadas comunican ese anuncio? ¿Qué está queriendo comunicar Dios a su
Iglesia en un contexto donde lo virtual está cada vez más presente y donde la
Palabra de Dios es perfectamente compatible, no así los sacramentos en cuanto
tal?
***
Lo que se ha vivido durante la
pandemia en el campo de la relación medios-Iglesia sólo aceleró un proceso con
el que no sólo la Iglesia terminaría por enfrentarse tarde o temprano. Aunque no
estaba preparada, la Iglesia ha sabido salir al paso gracias a un ejército de
personas y de iniciativas que la hicieron presente, aunque no siempre clara y
abiertamente como institución, lo que también ha venido a dar la impresión del
sentido de autoridad (15) y de la jerarquía como algo obsoleto.
Las formas de culto y piedad más
extendidas -y posibles- han girado en torno a la Eucaristía y la Palabra de
Dios, lo que también ha posibilitado la catequesis en torno a quien gira la fe:
Cristo Eucaristía y su Evangelio.
El anuncio entendido como predicación
y formación (incluso por medio de iniciativas aparentemente superficiales en
redes sociales en un primer momento) muestra una diversificada acción pre-evangelizadora,
evangelizadora y post-evangelizadora y a las redes sociales como estupendos aliados para realizar
el anuncio: hoy más que nunca las redes sociales permiten sectorizar el anuncio
o el acompañamiento, a la vez que ponen el reto de los lenguajes digitales con
los que el anuncio se hace.
Institucionalmente, no ha sido sólo la Iglesia la única que
ha tenido que hacer frente a un mundo digital en tiempo de pandemia (pensemos lo
que le ha pasado al mundo de la educación o al del entretenimiento). Y si bien
es cierto que lo digital tienen sus límites, empezando porque la mitad de la
humanidad no tiene acceso, no es menos cierto que la omnipresencia de lo
virtual no tiene vuelta atrás. Esto constituye un gran reto: el reto de la “inculturación”
de la Iglesia en lo digital y el reto de aportar a lo digital la mayor riqueza
que sólo la Iglesia puede aportar: a Jesucristo.
Ni el mundo de la educación, ni el del entretenimiento, ni
tampoco la Iglesia, estaban preparados para este tiempo. Precisamente por eso
sorprende que en una época de incertidumbre, debilidad, prueba y miedo la
creatividad que suscitó el Espíritu Santo y que quedó reflejada en tantas
iniciativas haga percibir la riqueza de una Iglesia llena de talentos.
Hablando a sacerdotes de la diócesis de Roma (pero aplicable
a todo bautizado), decía (16) el Papa Francisco a finales de mayo de 2020:
“Estuvimos en contacto
con nuestra propia vulnerabilidad e impotencia. Como el horno pone a prueba los
vasos del alfarero, así fuimos probados. Zarandeados por todo lo que sucede,
palpamos de forma exponencial la precariedad de nuestras vidas y compromisos
apostólicos. Lo imprevisible de la situación dejó al descubierto nuestra
incapacidad para convivir y confrontarnos con lo desconocido, con lo que no
podemos gobernar ni controlar y, como todos, nos sentimos confundidos,
asustados, desprotegidos. También vivimos ese sano y necesario enojo que nos
impulsa a no bajar los brazos contra las injusticias y nos recuerda que fuimos
soñados para la Vida. Al igual que Nicodemo, en la noche, sorprendidos porque
«el viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni
adónde va», nos preguntamos: «¿Cómo puede suceder eso?»; y Jesús nos respondió:
«¿Tú eres maestro en Israel, y no lo entiendes?».
La complejidad de lo
que se debía enfrentar no aceptaba respuestas casuísticas ni de manual; pedía
mucho más que fáciles exhortaciones o discursos edificantes incapaces de
arraigar y asumir conscientemente todo lo que nos reclamaba la vida concreta.
El dolor de nuestro pueblo nos dolía, sus incertidumbres nos golpeaban, nuestra
fragilidad común nos despojaba de toda falsa complacencia idealista o
espiritualista, así como de todo intento de fuga puritana. Nadie es ajeno a
todo lo que sucede. Podemos decir que vivimos comunitariamente la hora del
llanto del Señor: lloramos ante la tumba del amigo Lázaro, ante la cerrazón de
su pueblo, en la noche oscura de Getsemaní. Es la hora también del llanto
del discípulo ante el misterio de la Cruz y del mal que afecta a tantos
inocentes. Es el llanto amargo de Pedro ante la negación, el de María Magdalena
ante el sepulcro.
Sabemos que en tales
circunstancias no es fácil encontrar el camino a seguir, ni tampoco faltarán las
voces que dirán todo lo que se podría haber hecho ante esta realidad altamente
desconocida. Nuestros modos habituales de relacionarnos, organizar, celebrar,
rezar, convocar e incluso afrontar los conflictos fueron alterados y
cuestionados por una presencia invisible que transformó nuestra cotidianeidad
en desdicha. No se trata solamente de un hecho individual, familiar, de un
determinado grupo social o de un país. Las características del virus hacen que
las lógicas con las que estábamos acostumbrados a dividir o clasificar la
realidad desaparezcan. La pandemia no conoce de adjetivos ni fronteras y nadie
puede pensar en arreglárselas solo. Todos estamos afectados e implicados”.
Si algo queda claro después de todo esto es que no había
manuales para enfrentar un mundo virtualizado. Sin embargo, muchas de las
experiencias, tanto de éxito como de fracaso durante este periodo, sirven ya de
lecciones que muestran un rumbo todavía por descubrir más profundamente en esta
inserción de la fe en el ámbito de lo digital.
Notas:
(1) La bendición “urbi et
orbi” del 27 de marzo de 2020 fue la transmisión televisiva más vista en Italia
y España dando unos índices de rating antes jamás vistos para los canales de
las respectivas conferencias episcopales de esos dos países: SAT2000 y Trece.
Quien entra a YouTube y busca los videos de esa misma audiencia puede darse
cuenta por sí mismo de la elevada cantidad de visualizaciones que tienen esos
videos ya que se pueden contar por cientos de miles.
(2) Cf. “Few Americans say their house of worship is open, but a
quarter say their faith has grown amid pandemic”, Pew Research Center, 30 de abril
de 2020, en https://pewrsr.ch/3eZZw8V
(3) De cara a la Semana
Santa de 2020 no pocas conferencias episcopales ofrecieron subsidios para vivir
los días santos en casa.
(4) Cf. “Will the coronavirus permanently convert in-person
worshippers to online streamers? They don’t think so”, Pew Research Center, 17
de agosto de 2020, en https://pewrsr.ch/34e4dZT.
(5) Véase http://poblacion.population.city/world/.
El Fondo de Población de la ONU ofrece también interesantes previsiones
poblaciones en este enlace: https://bit.ly/2EntPcb
(6) Los datos más recientes
que citamos aquí están tomados del reporte We are Social https://wearesocial.com/digital-2020.
(7) Cf. El Papa reza por las
mujeres embarazadas y advierte contra el riesgo de una fe "virtual"
en
https://www.vaticannews.va/es/papa-francisco/misa-santa-marta/2020-04/papa-reza-por-las-mujeres-embarazadas-advierte-contra-fe-virtual.html.
El video completo de la homilía puede verse en este enlace: https://youtu.be/sKlqNm7uZSo.
(8) Esta pregunta también
está al origen de un interesante artículo de The Catholic Thing: “Will catholics
returns to mass”, 15.04.2020, en https://www.thecatholicthing.org/2020/04/15/will-catholics-return-to-mass.
El artículo va todavía más a fondo acerca de las objeciones para regresar en un
contexto donde ser católico no significa, de hecho, participar en la
Eucaristía.
(9) Cf. “More Americans
Than People in Other Advanced Economies Say COVID-19 Has Strengthened Religious
Faith”, Pew Research Center, 27 de enero de 2021, en https://pewrsr.ch/2YuaNan.
(10) Carta a los
presidentes de las Conferencias Episcopales de la Iglesia Católica sobre la
celebración de la liturgia durante y después de la pandemia del COVID19, 15 de
agosto de 2020 (pero hecha pública en septiembre de 2020). Puede verse una
traducción al castellano en este enlace: https://www.infocatolica.com/files/20/09/ccdds-prot.-n.-432-20-es.pdf
(11) Para una profundización
puede verse Rodriguez-Borlado Fernando; “Tik-Tok, la nueva red social que triunfa
entre los adolescentes”, en ACEPRENSA, 21 de agosto de 2020.
(12) A la luz del concepto evangelización y “nueva evangelización”
y cómo esto puede mejor entenderse y aplicarse en la relación Iglesia y medios
puede releerse el Motu proprio con el que Benedicto XVI instituyó el Pontificio
Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización. En http://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/apost_letters/documents/hf_ben-xvi_apl_20100921_ubicumque-et-semper.html.
(13) Véase https://www.cortiledeigentili.com/
(14) Carta a los
presidentes de las Conferencias Episcopales de la Iglesia Católica sobre la
celebración de la liturgia durante y después de la pandemia del COVID19 (…).
(15) A esto último contribuyó
también la impresión de un sometimiento
de la ley eclesiástica a favor de las directrices de la autoridad civil en
tiempo de pandemia, especialmente por cuanto toca al cierre de lugares de
culto.
(16) Carta del Santo Padre Francisco a los sacerdotes
de la diócesis de Roma, 31 de mayo de 2020, en http://www.vatican.va/content/francesco/es/letters/2020/documents/papa-francesco_20200531_lettera-sacerdoti.html.
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